Durante su estancia en Mallorca, Albert Camús escribió sobre los sentimientos que le provocó su visita al claustro de San Francisco.
Allí estaba todo mi amor a la vida: una pasión silenciosa por lo que acaso iba a escapárseme, una amargura bajo una llama. Todo los días abandonaba yo aquel claustro como arrancado de mí mismo, inscrito por un breve instante en la duración del mundo. Y sé muy bien por qué pensaba entonces en los ojos sin mirada de los Apolos dóricos o en los personajes ardientes estáticos de Giotto. Es que en ese momento yo comprendía verdaderamente lo que podían aportarme semejantes regiones. Me admira que puedan encontrarse, a orillas del Mediterráneo, certezas y reglas de vida, que satisfagan la razón y por ello justifiquen un optimismo y un sentido social. Por lo que entonces me llamaba la atención no era un mundo hecho a la medida del hombre, sino un mundo que se cerraba sobre el hombre. No, si el lenguaje de esos países era acorde con lo que resonaba profundamente en mí, no lo era porque respondiera a mis preguntas, sino porque las hacía inútiles.
«Amour de vivre», L’envers et l’endroit, 1937
Traducido por Carlota Oliva. Recitado por Francesca Gelabert Desnoyer.
(Algèria, 1913 – França, 1960). Premio Nobel de Literatura y autor de obras célebres como El extranjero o La Peste, Albert Camus es uno de los máximos representantes del pensamiento existencialista. Se vio obligado a abandonar su país de nacimiento por motivos políticos y, en una Europa amenazada por el fascismo, militó en el Partido Comunista y se opuso manifiestamente a las dictaduras, sobre todo la española. Fue actor, director de teatro y trabajó en periódicos como Paris-Soir y Le Monde Libertaire. Nieto de menorquines emigrados a Argel, fue criado por su madre y su abuela menorquina tras la muerte prematura de su padre, hecho que intensifica su herencia insular. Visitó Mallorca en 1935, y dejó constancia escrita de las experiencias de este viaje en su primer libro, El revés i el dret.
En Mallorca, Camus reencuentra un paisaje que le recuerda a su hogar, y descubre el Mediterráneo como espacio cultural común, hecho que constituye uno de los pilares de su pensamiento. Durante los meses que estuvo en Mallorca, fijó su residencia en Palma, cerca del claustro de San Francisco, donde pasaba muchas horas. También recaló en Sóller, Pollença y Felanitx, pueblos que menciona en algunos de sus artículos.
La Mallorca y la ciudad de Palma que conoció Camus tienen poco que ver con la realidad de hoy: mucho han cambiado la vida y las costumbres de la ciudad, aunque se conserva esa esencia que cautivó al autor. En Palma, le gustaba pasear por las callejuelas del casco antiguo y alargar el paseo hasta la catedral, y contemplar la imagen de la ciudad bañada por el mar.
En el claustro de San Francisco, como él mismo explica, encontró un oasis para la reflexión y la intimidad, inspirador. Es el claustro gótico más representativo de la ciudad, y está rodeado por un conjunto de 115 columnas esbeltas, que sostienen unos arcos ojivales magníficos. La iglesia actual, a pesar de su estructura gótica, contiene elementos del arte barroco muy destacables, empezando por su fachada principal. En el interior del templo se encuentra el sepulcro de Ramon Llull, una magnífica obra gótica en urna de alabastro sobre la que vemos tallada la imagen del Doctor Iluminado.
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